La ansiedad puede definirse como una respuesta adaptativa del organismo que se acompaña de otras respuestas fisiológicas, vivenciales, comportamentales y cognitivas. Es un estado de activación y alerta ante una señal de peligro.
La señal de amenaza puede ser física o psicológica. Esto es funcional hasta un cierto nivel, hablaríamos de una respuesta adaptativa. De hecho las respuestas que se llevan a cabo me permiten sobreponerme o adaptarme a la situación dada. ¿Por qué decimos entonces que la ansiedad es funcional hasta cierto punto?
Esta respuesta (la ansiedad) también va acompañada de emociones que no son gratas, son incómodas. Neurológicamente se produce una activación de los mecanismos de control en el sistema reticular activador ascendente (SRAA), en el tronco cerebral, lo que se puede ver con técnicas de neuroimagen. Desde allí, parten órdenes a muchos puntos.
También se acompaña de un conjunto de cambios fisiológicos periféricos, cambios vegetativos, del Sistema Nervioso Autónomo o vago (simpático), porque del SNC también se derivan órdenes a todos los órganos. También se altera el sistema endocrino.
Como podemos ver, la ansiedad comporta la implicación de muchas partes. Esto conlleva un gran gasto energético. Es decir, ese estar en alerta tiene un precio.
La ansiedad es un fenómeno psíquico universal que todos los seres vivos experimentan.
Esto sucede cuando hay una situación de incertidumbre, hay cierto desasosiego, intranquilidad, malestar. El organismo responde a ello con palpitaciones, nudo en la garganta, sudoración, malestar de estómago…entre otras muchas. Todas esas respuestas son fruto de poner al cuerpo en la mejor disposición para solventar esa situación. Por ejemplo el malestar gástrico es fruto de la brusca interrupción de la digestión. Piensa en que eres una pobre gacela siendo perseguida por una leona en la sabana, ¿Cuántos de tus recursos quieres que se destinen a hacer la digestión, a ser capaz de conciliar un sueño reparador o a estar dispuesta a tener un encuentro sexual agradable?
Es como si dentro de nuestro cuerpo se disparase una señal, una alarma de incendios. Por tanto, la ansiedad es una experiencia funcional y adaptativa que prepara nuestro organismo a lo que pueda venir, algo que nuestro cerebro codifica como amenaza y que tiene un coste. Este coste, el precio a pagar, puede ser objetivo (soy perseguido por un velociraptor en la Castellana, como me coja estoy muerto) o inducido (llego tarde al trabajo y mientras subo en ascensor pienso que es la tercera vez en dos semanas y mi jefe ya me había advertido). Decimos inducido ya que no todo el mundo reaccionaría igual: depende de cuán horrible sea para mí que me echen la bronca o me despidan. Además en este caso, una respuesta de ansiedad no me ayudará. Ha perdido su funcionalidad.
Cuando la ansiedad deja de ser adaptativa porque en lugar de favorecer el rendimiento, lo merma, es cuando cuando se convierte en ansiedad patológica.
Cuando el peligro al que se pretende responder no es actual o está en gran parte sujeto a la categorización idiosincrática que le da el individuo (¿Cómo?, Que no voy con la selección autonómica de petanca al campeonato nacional?) y su nivel de activación y duración es desproporcionado. Se puede decir entonces que es un problema, que es patológica, cuando nos merma en vez de enriquecernos.
Niveles de ansiedad prolongados, desadaptativos, generalizados y/o enfocados en situaciones concretas generan una problemática que corresponden a las nuevas formas de enfermedad. Actualmente vemos esta problemática en número y porcentaje de forma muy elevada si lo comparamos con hace apenas un siglo y no digamos ya si lo comparamos con el hombre pre-industrial.
Estos niveles de ansiedad patológica y/o estrés asociados a trabajos, atascos, problemas económicos, COVID, etc nos hacen enfermar de manera muy concreta en función de nuestro momento vital, nuestras herramientas y los agentes estresantes que nos amenazan. La ansiedad siempre ha estado ahí, pero a lo largo de la historia nos venía a rescatar cuando la situación era de vida o muerte. Hoy en día hemos extrapolado esa respuesta a multitud de situaciones que no son de vida o muerte y/o donde sí nos podríamos permitir (fisiológicamente hablando) que las cosas no salieran exactamente como esperábamos.
¿Cuáles son las consecuencias de mantener niveles altos de estrés, un estado de ansiedad que me acompaña prácticamente todo el día y/o un estado de alerta casi perpetuo?
Múltiples y diversas. Las implicaciones a nivel de salud son numerosas. También son numerosas las evidencias que apuntan a que cada año la incidencia de factores estresantes y un cuerpo en disposición casi permanente a hacerles frente sobre la salud es mayor.
Las implicaciones son de todo tipo, pensemos en cuál es el coste de activar un sistema que predispone a la lucha o la huida (o afiliación social, en caso de las hembras de distintas especies como apuntan recientes estudios). Elevado, muchísimo.
Podemos encontrar una importante correlación entre la presencia de síntomas de ansiedad patológica o estrés y cardiopatías. El estrés crónico puede ser tan dañino a nivel cardiaco como la peor y más grasienta de las dietas, rica en colesterol (LDL, el malo) y triglicéridos.
Otra interesante consecuencia de la ansiedad sostenida, sería la aparición de diabetes. La puesta en marcha de la respuesta de ansiedad conlleva unos cambios metabólicos. Si esto es mantenido en el tiempo encontramos una correlación con una mayor probabilidad de padecer diabetes (Tipo II) o complicar el curso de esta enfermedad si ya se padecía con anterioridad. Está comprobado que cuando sucede algo estresante el cuerpo bloquea la secreción de insulina. Ante un periodo de estrés crónico prolongado, si estamos en una edad avanzada y nuestra dieta no es la más adecuada, el riesgo de padecer una diabetes de tipo II se dispara. (De hecho estamos en el momento histórico donde hay mayor índice de trastornos de ansiedad y diabetes adquirida o tipo II, ¿casualidad?)
Esto son sólo algunos ejemplos donde encontramos importantes correlaciones entre organismos estresados, generadores de respuestas de ansiedad patológica y enfermedades. Correlaciones que hace apenas 50 años eran muy inferiores y que algunos autores afirman, no existían antes de la revolución industrial.
En futuros post extenderemos las correlaciones ya presentadas. Además presentaremos algunas otras áreas de enfermedad relacionadas con la ansiedad como trastornos de tipo digestivo, sexualidad, reproducción, memoria, sueño, depresión, cáncer, así como diferencias entre sexos y rasgos de personalidad y algunos consejos para detectar y regular los estresores.
Te acompañamos en tu desarrollo.