Los cuentos forman parte de las diferentes culturas, y su transmisión oral hace que se mantengan a través de las generaciones.
En consulta, tanto en terapia individual, como en terapia de pareja y sobre todo en terapia infantil y con adolescentes, como psicólogo me gusta mucho utilizar los cuentos para ayudar a cada paciente.
Este cuento ancestral, de transmisión oral, gira en torno al modo de actuar de los antiguos Reyes africanos, se titula ‘Una ramita, dos ramitas’ y lo he tomado prestado de la terapeuta Clarissa Pinkola.
En el cuento, una anciano se está muriendo y convoca en torno a sí a los suyos. A cada uno de sus muchos hijos, esposas y parientes le entrega una corta y resistente ramita. ‘Romped la ramita’, les ordena. Con cierto esfuerzo, todos rompen la ramita por la mitad.
‘Eso es lo que ocurre cuando un alma está sola y no tiene a nadie. Se rompe fácilmente’.
Después el viejo le dió a cada uno de sus parientes otra ramita y les dijo: ‘Así me gustaría que viviérais cuando yo haya muerto: Reunid todas las ramitas en haces de dos y de tres. Y ahora, quebrad los haces por la mitad’.
Nadie puede quebrar las ramitas cuando forman un haz de dos o tres. El viejo les miró sonriendo. ‘Somos fuertes cuando estamos con otra alma. Cuando estamos unidos a los demás no nos pueden romper’.
Este cuento, a pesar de su brevedad, me resulta muy claro y muy útil para utilizar en terapia. Hay adultos que acuden a terapia porque tienen dificultades a la hora de encontrar una pareja, porque les cuesta delegar en el trabajo, o porque se sienten solos. También hay niños y adolescentes a los que les cuesta compartir y/o trabajar en equipo.
A pesar de nuestras posibles dificultades para relacionarnos, no podemos negar la naturaleza social del ser humano.
Como mamíferos que somos, nacemos siendo dependientes de una figura adulta que ejerza el rol materno y cubra todas nuestras necesidades hasta que poco a poco, a lo largo de los años, vayamos consiguiendo nuestra autonomía e independencia.
En terapia, como psicólogo, utilizo este cuento con (mínimo) dos lecturas diferentes. De hecho me gusta imaginarme, y así se lo explico a mis pacientes, que cada cuento es una cebolla, y que como tal tiene diferentes lecturas a diferentes niveles, desde un nivel más superficial, a uno mucho más profundo. Con un núcleo único, con un mensaje de base, podemos trabajar las diferentes capas en función de las necesidades y de la capacidad de cada persona en ese momento.
En este cuento en particular, el mensaje que yo capto de base, sin duda, es que la unión hace la fuerza.
Pero, la pregunta que le planteo a mis pacientes, para empezar a trabajar desde la capa más superficial es: ¿La unión de qué? ¿La unión de quienes? Hay una primera respuesta más obvia, más automática: la unión con la pareja, la unión con los compañeros de trabajo, la unión con las amistades, la unión con la familia… Esa respuesta es válida e incluso necesaria. Con este cuento trabajamos la importancia de la unión con otras personas, con nuestros iguales.
Trabajamos no sólo la importancia de las uniones, si no de cómo elegirlas y manejarlas.
Puesto que muchas de nuestras uniones no podemos elegirlas, es importante trabajar sobre cómo marcar límites y legitimar deseos, cómo juntarnos con personas sin fundirnos con ellas. A raíz de este cuento trabajamos la importancia de relacionarnos y de relacionarnos bien, de un modo funcional que nos permita crecer y hacernos fuertes, juntarnos en haces, como dice el cuento.
La unión hace la fuerza, sin duda. Pero tras esta primera respuesta y tras haber trabajado la capa más superficial, irán surgiendo preguntas, ideas, dudas, que nos permitan llegar a capas más profundas: a la composición de nosotros mismos, de nuestro propio ser como un puzle donde cada pieza es uno de los roles que ejercemos, donde conviven nuestra parte fuerte y nuestra parte vulnerable, lo femenino y lo masculino, nuestra luz y nuestra oscuridad, ying y yang…
Y a partir de este precioso cuento africano trabajamos la importancia de conocernos a nosotros mismos, de conocer cada parte de nosotros como partes (o ramitas) individuales de un todo que adquiere fuerza y unidad a medida que somos conscientes de cada una de esas partes (o ramitas) y las aceptamos y permitimos que se unan y se relacionen, en haces, para que su unión permita nuestra fuerza.