La gestión emocional es un aprendizaje que dura toda la vida.
La gestión emocional parece sencilla pero no lo es. Ojalá hayas recibido las enseñanzas necesarias para poderla llevar a cabo. Y si no es así, lo siento mucho. Si no te sientes cómoda con tu manera de gestionar tus emociones, puedes revisar este post y espero que te pueda ayudar. Aún así, no tienes por qué saber hacerlo sola.
La gestión emocional es un aprendizaje que dura toda la vida. Y es básico. Aprender a gestionar nuestras emociones nos permite vivir en calma. Y esa calma (la estabilidad emocional) será precisamente la que nos permita sostener cualquier emoción.
La gestión emocional no se consigue en un día. Lograr la estabilidad emocional es más bien una carrera de fondo. Y un aprendizaje que empieza en la más tierna infancia y se prolonga hasta el fin de nuestros días.
Para poder tener una estabilidad emocional sana en la edad adulta es importante haber recibido una educación emocional suficientemente buena en la infancia. Aprendemos la gestión emocional a lo largo de los años y gracias a la enseñanza de nuestras madres/padres y adultas de referencia. Si en la infancia no recibiste estas enseñanzas, puedes aprender de ‘mayor’ siguiendo los mismos pasos. Pero no tienes por qué saber hacerlo sol@.
Aprender gestión emocional no es sencillo, pero es posible.
Aprender a ser autónomas en la gestión de nuestras propias emociones no es sencillo. Y menos aún ser capaces de gestionar las emociones de los demás.
A partir del año y medio de edad aproximadamente los/as peques ya son capaces de discriminar las sensaciones físicas de su cuerpo. Con la deambulación y la aparición del lenguaje, poco a poco van consiguiendo la autonomía. En ese momento la realidad emocional de los/as niños/as se vuelve más compleja. Es misión de las madres/padres y adultas/os de referencia ayudar a los pequeños a descifrar esas emociones.
Ésta es la primera ayuda que los/as niños/as deberán recibir: aprender a identificar las emociones en su propio cuerpo. Y serán los/as padres/madres quien puedan traducirlas y nombrarlas. Pueden usar frases como ‘parece que estás enfadada por no encontrar tu juguete’ o ‘qué contento te veo jugando con tus amigas’.
El siguiente paso será reconocer las emociones en los demás. Hay muchos cuentos que pueden servir de apoyo. O material audiovisual. Los padres o adultos de referencia pueden proponer juegos para identificar emociones a través de las expresiones del rostro, de dibujos, etc.
Una vez que los/as peques son capaces de identificar las emociones en sí mismos y en los demás, es de vital importancia legitimarlas. Legitimar todas y cada una de las emociones. Sean placenteras o displacenteras. De aproximación o de defensa. Todas las emociones que sintamos son legítimas. Todas. Las emociones son subjetivas, automáticas e inconscientes. Son funcionales aunque puedan resultar incómodas. Legitimar las emociones NO es lo mismo que justificar la actuación de las mismas. Por ejemplo: es legítimo sentir enfado, lo que no es justificable es la agresividad a través de la cual expreso mi enfado.
El siguiente paso, una vez reconocidas las emociones y legitimadas, es aprender a regularlas. Y eso no es cosa de un día. Aprender a regular las emociones lleva tiempo, esfuerzo, y mucha práctica. El camino de este proceso irá desde la heterorregulación (regulación externa) hasta la autorregulación. Cuando un/a peque tiene una rabieta está sobrepasado/a por la emoción, no es capaz de regularla por sí mismo/a. Es el/la adulto/a quien puede ofrecer trucos o estrategias para ayudarle a regularse. Por lo tanto a través del otro aprendemos a regular nuestras emociones y con el tiempo podremos ser ejemplo para otras personas con dificultades para la gestión emocional.
Una vez sepamos regularlas, es importante poder reflexionar sobre ellas. Buscar el por qué y el para qué. La funcionalidad. Conectar cada emoción con las sensaciones físicas. Ubicarlas en el cuerpo. Relacionarlas con los pensamientos asociados y también con las acciones que nos suscitan. Por ejemplo el asco: viene para avisarme que un alimento está en mal estado (funcionalidad). Me produce náuseas (sensación física). Pienso que el alimento está en mal estado (pensamiento). Rechazo el alimento y no me lo como (acción).
A este punto de la gestión emocional se le llama establecer una narrativa: conectar a través de las palabras la emoción, la sensación física, los pensamientos asociados, y la respuesta en forma de acción. Hacerlo para una misma es tremendamente útil. Y si somos capaces de hacerlo es porque nuestros/as padres/madres y/o adultos/as de referencia lo hicieron por nosotras en nuestra infancia.
Si hemos sido capaces de llegar hasta aquí, la parte más difícil está conseguida. Ahora viene la guinda del pastel: tras haber identificado y reconocido la emoción, haberla legitimado, regulado, reflexionado sobre ella y establecido la narrativa, llega el momento de poder elegir la respuesta más funcional y adaptativa para nosotras en ese momento y con esas circunstancias. Por ejemplo, un/a niño/a pequeño/a gestiona su rabia tirándose al suelo y pataleando, pero en mitad de una reunión de trabajo tirarse al suelo y patalear no es la mejor opción…
Como decía al principio, conseguir una gestión emocional que te satisfaga no es sencillo. Es una carrera de fondo que requiere esfuerzo, introspección y mucho respeto hacia una misma. Alcanzar un estado de calma que te permita sostener el resto de emociones es posible. Y recuerda que no tienes por qué saber hacerlo sola.