Empezar el día con un desayuno equilibrado es fundamental: proporciona energía, mejora el humor y disminuye la ansiedad. ‘Mens sana in corpore sano’.
El cuerpo y la mente forman un todo unido, por lo que no podemos separar lo uno de lo otro. Mantener en forma el cuerpo ayuda a mantener en forma la mente y nuestro psiquismo. Un buen desayuno tras haber descansado las horas necesarias y haber hecho algo de ejercicio, nos permite empezar la mañana con energía positiva. Se trata de hábitos saludables que favorecen tanto nuestro bienestar físico como psicológico.
En el post anterior nos centramos en el desayuno, pero hoy queremos hacer referencia a la relación entre la comida y nuestras emociones en general. Si nos paramos a pensar, nuestra primera forma de relacionarnos con el otro desde el momento del nacimiento es la comida. El llanto del bebé hambriento alerta a la figura materna de referencia, que le proporcionará alimento. Es desde ese momento que nuestras emociones, nuestra forma de relacionarnos con el otro y nuestra relación con la comida empiezan a tomar forma, y seguirán unidos a lo largo de los años.
Según Winnicott una madre suficientemente buena sabe escuchar a su bebé y atender sus necesidades, y si la madre goza mientras da la comida al niño, el niño siente que su mundo se llena de sol.
Lógicamente si por el contrario a la hora de alimentar al bebé la madre siente ansiedad, ésta será percibida por el bebé, quedando asociada a la comida. Esa asociación disfrute-alimento o ansiedad-alimento quedará fijada en el niño, marcando su relación con la comida a lo largo de su vida. Así encontraremos personas que de forma natural disfrutan de la comida y mantienen un peso saludable sin excesivo esfuerzo, mientras que hay personas que están constantemente a dieta y aún así no logran alcanzar su peso salud, lo que les hará sentirse frustrados y ansiosos, aumentando el deseo de comer. Se entra por lo tanto en un círculo vicioso difícil de romper, donde el peso no disminuye y la ansiedad y la frustración aumentan.
Hay un momento especialmente delicado en nuestra vida donde el cuerpo adquiere una importancia vital: la adolescencia.
Tanto para las chicas como para los chicos, la adolescencia es un momento crítico a nivel físico: experimentan numerosos cambios bruscos que a veces no son fáciles de asimilar. Precisamente con la menarquía, las chicas suelen coger algún kilo. Biológicamente es perfectamente lógico puesto que el cuerpo se prepara para ser fértil y necesita ciertos cambios en caso de tener que afrontar la maternidad. A nivel emocional sin embargo no se puede apelar a la lógica: las adolescentes actuales se ven sometidas a la presión de los medios de comunicación y del mundo de la moda que aboga por la delgadez, por lo que es un momento crítico donde habrá que realizar un acompañamiento emocional importante de cara a prevenir posibles trastornos alimenticios. Los padres o las figuras adultas de referencia deberán prestar especial atención en esta etapa, y sería conveniente haber afianzado la autoestima y la confianza con anterioridad a lo largo de la niñez, de forma que el/la adolescente pueda enfrentar dichos cambios de forma sana.
La mayoría de los trastornos alimenticios, tanto femeninos como masculinos, o de los problemas relacionados con la comida tienen que ver por lo tanto con dificultades a nivel emocional.
A modo de ejemplo: ‘comer con ansiedad’ sin poder parar puede estar relacionado con un vacío emocional que se intenta rellenar a través de la ingesta. Por otra parte en numerosas ocasiones nuestro cuerpo nos da información que a nivel emocional nos cuesta poner en palabras, o incluso identificar, a eso le llamamos somatizaciones. Por ejemplo, ante situaciones complejas que nos cuesta digerir, podemos perder el apetito, con una sensación de que cuesta tragar el alimento, cuando en realidad lo que cuesta digerir son las emociones o los sentimientos que nos provoca la situación en cuestión. Otro ejemplo puede ser cuando frente a una pérdida, nos da por comer, y sentimos cierto alivio al sentir sensación de plenitud en el estómago, cuando lo que nos gustaría en realidad es que se llenase el vacío emocional que sentimos frente a la pérdida.
Es importante por lo tanto en casos de trastornos o dificultades relacionados con la comida, realizar un doble tratamiento: por una parte regular la alimentación a través de un endocrino o un nutricionista para asegurar el bienestar físico y por otra parte acudir a un psicólogo a terapia individual para abordar las dificultades emocionales asociadas con la comida y potenciar el bienestar psicológico.