En este post hablaremos sobre la importancia que tienen los cuentos para los niños más allá de que les ayuden a conciliar el sueño o les diviertan. La cultura popular rara vez suele equivocarse. Es tradición en la mayoría de las culturas contar una historia o cuentos a los niños antes de dormir. Otra versión son las conocidas ‘nanas’, que no son más que una historia acompañada de melodía. Dichos cuentos suelen contener una moraleja más o menos clara, o, en cualquier caso, una trama a través de la cual se mueven los personajes. Los niños quedan fascinados al escuchar la historia que se les cuenta antes de dormir, y con el tiempo ellos mismos inventarán sus propios cuentos. Se los contarán a ellos mismos mientras juegan o mientras dibujan, o querrán compartirlos con sus amigos o adultos de referencia. A lo largo de nuestras vidas, todos hemos atravesado momentos en los que hemos tenido que enfrentarnos a emociones intensas y en ocasiones difíciles de gestionar. Estas emociones necesitan, al igual que una comida pesada, ser digeridas para no ocasionarnos molestias posteriormente. Cuando las emociones que nos sobrecogen no se digieren adecuadamente, de algún modo permanecen en nuestro interior, jugándonos malas pasadas. A los niños les sucede exactamente lo mismo, con el agravante de que ellos cuentan con menos herramientas y escasas estrategias para hacerles frente. Normalmente nos hacen ver su malestar emocional a través de sintomatología comportamental, es decir, comportándose mal o llevando a cabo conductas que normalmente no realizan, o sintomatología física (erupciones cutáneas, molestias gastro-intestinales, pérdida de apetito, insomnio, etc…) El lenguaje infantil difiere enormemente del lenguaje adulto, los niños poseen un léxico mucho más pobre que los adultos y además les es difícil hablar de sentimientos, puesto que es algo a lo que normalmente no están acostumbrados. No debemos olvidar que, tanto para adultos como para niños, lo presencialmente vivido no tiene por qué concordar con lo verbalmente representado. Lo que sí que hacen de un modo excepcionalmente rico los niños es expresarse a través de imágenes, representaciones o cuentos. Así para referirse a un mismo acontecimiento traumático, un adulto y un niño lo harán de forma totalmente distinta (un adulto puede catalogar su estado, por ejemplo, como ansioso, mientras que un niño empezará a tener pesadillas, a mostrarse miedoso frente a situaciones cotidianas o a portarse mal), por lo que es altamente probable que no se entiendan entre ellos, el psicólogo Ferenci se refiere a este fenómeno como ‘confusión de lenguas’. En los adultos, la mente también es capaz de expresar de forma altamente detallada las emociones y normalmente lo hace a través de los sueños. Para Margot Sunderland una historia es como soñar despiertos. A través de los sueños nuestra mente (en este caso el subconsciente) elabora esas emociones difíciles, y lo hace a través de imágenes y metáforas que nos permiten enfrentar a los fantasmas del pasado y fortalecernos para enfrentar a los posibles temores futuros. Para trabajar con niños un buen psicólogo infantil usará un lenguaje cargado de metáforas y de cuentos. El psicólogo se comunicará con el niño a través de imágenes o de figuras de plastilina. Es fundamental para la terapia infantil que el psicólogo se gane la confianza del niño y sea capaz de contactar con su mundo interno, con esas emociones difíciles de gestionar que el niño expresa de forma no verbal. La empatía es un arma fundamental para trabajar con niños, hay que saber ponerse el gorro de Peter Pan o convertirse en Campanilla según el niño necesite. Pero no solo para el psicólogo. Los padres que tengan interés en comunicarse realmente con sus hijos, podrán contactar con su mundo interno a través del maravilloso mundo de la fantasía. Saber ESCUCHAR a los niños, implica poder ponerse en sus zapatos, empatizar con ellos y entrar sin prejuicios en su mundo mágico, que, con un poco de práctica, resultará fácilmente comprensible. Y para terminar, un ejemplo: un niño tiene miedo de irse a dormir porque, según dice, vendrá un monstruo cuando se apague la luz. El primer impulso que puede tener cualquier padre es intentar convencer a su hijo de que no hay monstruos, que traducido a una conversación entre adultos sería algo como ‘¿Es que no te das cuenta que aquí no hay nada? ¿Estás loco?’. La intención es buena, pero la empatía brilla por su ausencia. Un , además de tratar de entender de dónde proviene ese monstruo a través del juego y del lenguaje imaginario, le contaría una historia terapéutica al niño con la que, a través de la imaginación, el niño pudiese adquirir herramientas para vencer al monstruo. Normalmente los niños nos permiten acceder a su mundo interno a través de una historia terapéutica sin problemas, y ellos mismos pondrán en juego esa historia de modo que les sirva para enfrentarse con sus propias armas (de papel, plastilina, o imaginarias) a sus temores. Así pues, os invitamos a sacar ese cuentacuentos que lleváis dentro, y dejaros transportar a ese mundo mágico en el que tanto disfrutábamos de pequeños.
