La agresividad infantil es algo que preocupa tanto a padres como a maestros. ¿De dónde viene? ¿Es normal? ¿Cómo abordarla?
Desde bien pequeños, los niños manifiestan signos tanto de autoagresividad (agresividad hacia sí mismos) como eteroagresividad (agresividad hacia objetos y/o hacia los demás). Estas manifestaciones además pueden ser tanto físicas (golpes, patadas, puñetazos…), como verbales (gritos, insultos, etc.). La forma en que los adultos de referencia entiendan y aborden dichas conductas será determinante para el desarrollo del menor y la configuración de su personalidad. SI el niño acude a la escuela infantil, es prioritario, por lo tanto, que exista un acuerdo explícito entre maestros y progenitores para que haya coherencia en su educación. La etapa de educación infantil es clave para la educación en la no-violencia.
Hay diferentes teorías que explican el origen de la agresividad infantil,así por ejemplo Lacan explica a través de su teoría del ‘estadio del espejo’ que los bebés entre 6 y 18 meses, a pesar de sentir su cuerpo fragmentado debido a su inmadurez física, son capaces de adquirir poco a poco la capacidad de reconocerse como un ‘yo unitario’ en el espejo y en los demás. Así, esa ambivalencia entre su cuerpo fragmentado y su yo unitario provocaría el nacimiento de la agresividad. Melanie Klein por su parte argumenta que el bebé construye su personalidad y se desarrolla a través del otro, y su agresividad nace de la frustración que le generan los adultos al no satisfacer sus necesidades de forma inmediata.
Sea cual sea el origen de la agresividad, la realidad es que cada uno de nosotros convive con ella como una parte más del todo que conforma nuestra personalidad, y es tarea del adulto enseñar al niño a convivir con ella y canalizarla de un modo socialmente aceptable.
Como premisa, antes de abordar la agresividad en los niños, debemos tener claro como progenitores y educadores que si utilizamos el castigo físico con los niños, les estamos enseñando que la violencia está permitida. El mismo efecto tiene la verbalización de la misma, aunque no se llegue a consumar: Una frase tan habitual como ‘si te portas mal te doy un azote’ hace entender al niño que la violencia está presente. Los niños aprenden lo que ven mucho antes de aprender lo que escuchan, por lo que sus adultos de referencia son modelos claves a seguir e imitar. Para enseñar a un niño a canalizar su agresividad, por lo tanto, la primera pauta es que el adulto canalice la suya.
Hay que tener en cuenta que en un primer momento los niños utilizan la agresividad como una más de sus limitadas y escasas herramientas de comunicación y que es un proceso evolutivo que entra dentro de la normalidad.
Si nos focalizamos en extinguir la conducta agresiva y nos paramos ahí, perdemos una parte fundamental para el niño: agrediendo (verbal o físicamente) intentaba comunicar algo, de modo disfuncional, pero es un intento de comunicación. Es fundamental por lo tanto darle importancia al sentimiento subyacente, sea cual sea: celos, ira, rabia, frustración, enfado, tristeza… Intentaremos comprenderlo, darle nombre y facilitarle al pequeño otro modo de expresión más funcional para él y para los que le rodean. Así contribuimos a proporcionarle herramientas de identificación y expresión de sentimientos, lo que de forma natural favorecerá su proceso de socialización.
Una situación común en una escuela, en el aula de dos años: Lucía y Marta juegan una al lado de la otra. Marta le coge una muñeca a Lucía. Lucía pega a Marta. Las dos lloran. Se podría abordar de la siguiente manera: el adulto responsable, que ha visto lo que ha sucedido, se agacha para estar a la altura de las niñas y les dice: ¿qué ha pasado? ¿Por qué lloráis? ¿Os sentís mal? (Si las niñas manejan mínimamente el lenguaje se las escuchará una vez hayan terminado de llorar) ‘He visto lo que ha pasado y creo que Marta quería la muñeca de Lucía porque es muy bonita, la próxima vez, en vez de quitársela, Marta podemos pedírsela por favor.’ ‘Lucía, entiendo que te hayas enfadado porque Marta ha cogido la muñeca sin permiso, pero pegar no está permitido. Puedes decírmelo a mi y juntos le pedimos a Marta que te la devuelva. Ahora pedios perdón y podemos seguir jugando, ¿de acuerdo?’
Se puede acompañar a las niñas en las conductas funcionales que queremos enseñarles como alternativa (pedir las cosas, avisar al adulto, pedir perdón), así actuaremos como modelo a seguir y reforzaremos positivamente su buena conducta. ‘Lo has hecho muy bien’, ‘estoy orgulloso’, etc… Con la frase ‘pegar no está permitido’, explicamos de forma contundente y clara lo que se espera del niño y se limita su conducta sin dejar lugar a dudas.
Como conclusión y de forma general:
– la agresividad infantil es normal y forma parte del desarrollo integral de los niños
– los modelos que el niño tenga al rededor y que sean violentos, le incitarán a la violencia (familiares, amigos, dibujos animados, juegos, etc.)
– detrás de cada conducta agresiva hay un sentimiento y un intento de comunicación
– al eliminar una conducta agresiva, daremos importancia al sentimiento subyacente y ofreceremos una conducta alternativa y socialmente aceptada
Dicho esto, si la agresividad persiste se podrán utilizar diferentes técnicas para canalizarla y consultar a un especialista (psicólogo infantil) para ayudar al menor en su desarrollo.