Cuanta importancia le damos al estar o no enamorados. El 90 % de las personas afirman que jamás se casarían con una persona que tuviera todas las cualidades deseadas por ellos sin estar enamorados (Sangrador, 1993). Es indudable que, pese a ser libres de elegir con quien queremos establecer una relación (al menos en la cultura occidental), no podemos elegir de quien nos enamoramos, de tal forma podemos dar con una persona perfecta para nosotros, a la que nos encantaría querer y sin embargo, no enciende en nosotros esa llama o nos crea esas mariposas que dicen, pero también podemos amar como locos a alguien y desear con todas nuestras fuerzas no hacerlo porque no nos corresponde. Pero, ¿qué factores influyen en el enamoramiento? Encontramos la Teoría bifactorial del amor apasionado (Berscheid y Walster) que enfatiza la importancia de la carga emocional y la “etiquetación” de la situación como amor o enamoramiento, ya que defienden que la sociabilización nos ha enseñado a identificar las emociones en función de los modelos que hemos observado anteriormente. Muchos experimentos han puesto de manifiesto que, efectivamente, en determinadas situaciones, como miedo, frustración o peligro, aumentan la atracción hacia las personas con las que vivimos dicho escenario. También se ha demostrado que nos sentimos más atraídos hacia las personas a las que asociamos con una situación agradable (lo que se plasma en la reticencia de las personas a transmitir malas noticias, precisamente por miedo a que nos asocien a ellas, esto se conoce como efecto MUM). Asimismo, son muchas las teorías centradas en la proximidad física como requisito del amor, como la de Zajonc, que afirma que la exposición repetida a un estímulo hace que lo valoremos más positivamente. En cuanto a las teorías que otorgan mayor importancia al sujeto, cabe mencionar a T. Reik (1944) que relacionó el enamoramiento con la depresión. Ciertamente, estados de ánimo bajos influyen en nuestra disponibilidad, haciéndonos más receptivos y proyectando nuestros deseos de anhelo y necesidad de afecto en otras personas. Esta idea fue reforzada por las Teorías del intercambio, así como la teoría de Thibaut y Kelley (1959) donde defienden que la disponibilidad a enamorarse depende del “Nivel de Comparación” que hace referencia al nivel de recompensas que una persona necesita recibir de sus relaciones, o dicho de otro modo, lo que uno cree merecer. Estos autores afirman que la disponibilidad de un sujeto para enamorarse crece cuando desciende su nivel de comparación. El Nivel de Comparación se elabora a partir de nuestras propias experiencias, las experiencias que observamos en los demás o las expectativas que nos crean los medios de comunicación. No es de extrañar pues, que una persona que acaba de romper una relación sentimental (con el consiguiente descenso de su Nivel de comparación) se fije en alguien que previamente había pasado desapercibido, o que una persona falta de cariño se sienta enamorado con una mínima muestra de afecto, como una simple sonrisa. Centrándonos en el objeto encontramos que es lo que hace que nos enamoremos de unas personas y no de otras. Pese a existir muchas encuestas cuya intención es averiguar en qué nos fijamos las personas de otros sujetos, estas no son casi relevantes ya que es ilusorio pensar que realmente una persona es consciente de todo lo que está valorando al conocer a otra
y mucho más pensar que será capaz de evaluarlo de manera objetiva en una escala. Además encontramos una tendencia generalizada a señalar determinadas características (simpatía, sinceridad…) y obviar otras que son realmente cruciales como el atractivo físico. Desde que nacemos, comenzamos a establecer una férrea relación entre lo bello y lo bueno (Dion, Berscheid y Walster, 1972), mediada socioculturalmente. De forma no consciente y desde la más tierna infancia, tendemos a rechazar a los menos agraciados físicamente. Esto está estrechamente relacionado con el conocido efecto de Halo, que hace que el atractivo físico de una persona se generalice en la percepción positiva de su conjunto general aunque nada tenga que ver con ello (cabe mencionar que puede producirse lo contrario, por ejemplo, asociar la belleza con la vanidad). En psicología social hay multitud de experimentos que reflejan esta asociación del atractivo físico con rasgos positivos. El físico es así un elemento importante en el enamoramiento, ya que actúa a distancia y sirve como filtro. Otras hipótesis, también centradas en el objeto, hacen referencia al amor que surge como resultado de la atracción que percibimos en otras personas. El saber que atraemos a una persona influye directamente en nuestra atracción hacia ella (lo que podría explicarse con las teorías de la consistencia cognitiva), esta atracción será mayor cuanto mayor sea la necesidad afectiva. Esto hace que, cuando intentamos seducir empleemos toda suerte de estrategias para convencer a alguien de que nos atrae, Jones (1964) denominó a esto congraciamiento. Otras líneas teóricas defienden la necesaria adecuación entre las necesidades del sujeto y las características del objeto. Existe una línea de pensamiento que ampara la idea de la existencia de un modelo amoroso previo en el sujeto, que de forma inconsciente nos guía en la búsqueda de pareja. En esta línea destaca la influencia de la figura parental del sexo opuesto en la formación de dicho prototipo, o en su defecto, en la creación de un contramodelo con respecto a la figura parental. En la formación de este prototipo también puede influir el primer amor infantil o adolescente, que suele dejar cierta fijación en características físicas o comportamentales. Puedes leer el primer capítulo sobre el amor, y el segundo, si te quedaste con ganas de más…